viernes, junio 15, 2007

El parto de Luz (2)




Fue en nuestra casa enfrente de la laguna. El universo ayudó para que así fuera. Sin episiotomía, ni sueros, ni desgarros.
Agradecida estoy a mi cuerpo y a todas las mujeres del mundo que han parido sin la aparatología de la ciencia moderna. Yo se que hay quienes me desaprueban. Como hay quienes desde inmensas llanuras, se alegraron abanicando su experiencia.
Al abrirme la acaricié. Le di la bienvenida. Hija del amor y de las búsquedas. Fue naranja el hilo que ató su cordón. Y no lloró.

El parto de Luz

Se inicio contra toda lógica de programación. Impulsado por la vida.
Tuvo intensidad pero evitó lo establecido. Un pacto conjunto de disponer de nuestro propio tiempo. Eso de saber esperar. Dolor inasible y pasajero. Placer bajo la gravidez del vientre. Estar abiertas a nuestra química. Seguridad del gesto intuitivo.
La ví y la felicidad vino con sus ojos.

domingo, junio 10, 2007

Haroldo Conti, escritura y nacimiento


Cuando en 1975 en un reportaje para La Opinión le preguntaron a Haroldo Conti: "¿escribir lo hace feliz?". "En absoluto"- contestó el escritor, también ex-seminarista, director teatral aficcionado, maestro rural, actor, piloto civil, navegante, guionista de cine, profesor de latín y filosofía. "Escribir es un gran dolor, un gran esfuerzo, inclusive físico. Me crea problemas personales, de relación; me vuelvo huraño, fastidioso. Escribo porque no tengo más remedio. Escribo o me muero. Es como estar embarazado, supongo. Después uno pare y se acabó. Se siente mejor. Más aliviado".
Al contrario que en Haroldo Conti no hay pesadillas en la experiencia de mi escritura. Juntar palabras me da un gran placer repentino, breve, circunstancial pero absolutamente verdadero. Eso sí: escribo sin pensar si algún otro u otra alguna vez lo leerá. Es mi propio goce en la búsqueda de encontrar lo que luego solo yo estoy segura de leer.
Tal vez el disfrute antagónico al sufrimiento del escritor desaparecido por la dictadura sea por ser mujer.
Damos a luz con toda nuestra piel, todos nuestros órganos, todos nuestros músculos. Es algo que hay que sentir. No basta suponer.
La naturaleza, que tanto hace por crear la vida, organiza la fusión de las dos primeras células masculina y femenina. Y segrega todas las sustancias vitales para el embrión, sus transformaciones, su madurez. Pero además instala en el cuerpo de la mujer algo más: una seguridad, una protección. Modifica nuestras percepsiones sensoriales y emocionales para madurar el proyecto de hijo. Esto nos viene de muy lejos. Seguramente de los primeros tiempos de la humanidad. Sentimos desde el fondo del cuerpo ese ascenso de los sentidos. Nos hacemos más ágiles e inquebrantables a medida que perdemos movilidad.
En el momento de parir, nos convertimos en un gran arco que tensa y dilata placer. Desde la mirada en línea recta hasta la pelvis. Durante el orgasmo y el parto nos invade la misma sustancia hormonal: la oxitocina. Las pulsaciones del orgasmo vaginal prefiguran las pulsaciones gigantescas del útero en el momento del parto. Son los mismos neurotransmisores cerebrales que se desencadenan. De ahí el disfrute, a pesar del inmenso dolor. Después se produce el nacimiento.
*la imagen pertenece a Fernanda Cavallaro y se llama "El árbol de la vida".