sábado, abril 14, 2007

Como el emperador Manuel Comneno


Cuenta Fernando Sabater que se lo preguntaron a Bertrand Russell: ¿y si, después de morir, despertase ante la Presencia definitiva, absoluta y resolutoria que siempre negó? Entonces ¿qué? Russell contestó: "Entonces diría: Señor, no nos diste suficientes pruebas" (cuando se le planteó recientemente la misma pregunta al novelista Francisco Ayala, días antes de cumplir cien años, repuso: "Le estrecharía cortésmente la mano, porque soy una persona educada, pero francamente quedaría muy sorprendido"). El filósofo español propone que situados nosotros mismos en ese momento imaginario — es decir, ya eterno — habría poco más que añadir por nuestra parte: de modo que aprovechemos en cambio para argumentar cuanto podamos antes, mientras dura el tiempo. Yo a veces siento que no hay otra cosa que ir hacia ahí. Lentamente. Gozando del viaje. Mirando tanta belleza. Preguntar. Moverse. Sobrevivir en lo escrito. Entregarse completamente y desear el encuentro. Porque también supe por el griego Kavafis que un triste día de septiembre el emperador Manuel Comneno sintió que su muerte estaba próxima. Los astrólogos de la corte –pagados, claro- siguieron insistiendo en que aún tenía muchos años de vida. Pero mientas tenían lugar sus palabras se acordó de una vieja costumbre religiosa y ordenó que trajeran vestimentas eclesiásticas de un monasterio y se las puso, contento de aparecer modestamente vestido como un sacerdote o monje. Entonces escribió Kadafis y yo lo comparto y lo repito: felices todos aquellos que creen, y como el emperador Manuel acaban sus vidas vestidos modestamente en su fe.