jueves, febrero 26, 2009

Las pruebas de Sita


Lo cuenta el Ramayama. El libro en sánscristo anterior a la Odisea. Sita era hija de la tierra. Nacida del surco de un campo. Con ojos de la flor de loto. Por miedo a las habladurías de la gente terminó desterrada por su esposo. Ella, que había sido criada por el rey de Janaka. Que se enamoró de Rama cuando partió el pesado arco regalo del dios Shiva. Ella que supo de la felicidad en su boda. Que lo amó en los días felices del reino de Ayodhya y que lo acompañó sin dudarlo en su destierro. Ella que fue raptada por el malvado rey de Lanka y que padeció en el secuestro; por propia voluntad, tuvo que probar su fidelidad atravesando una hoguera. Se inundó de júbilo el corazón de los amantes cuando Sita salió ilesa. Pero como nada es eterno, tampoco fue su felicidad. Los súbitos poco tiempo después volvieron a pedir a Rama una prueba. Entonces Rama, a pesar o precisamente por amarla tanto, la desterró al bosque. Viviendo alejada Sita tuvo dos gemelos, hijos de Rama. El útero de una mujer es siempre la cuna del mundo. Cuando los niños crecieron fueron a recitar a su padre la epopeya del Ramayama. Sita se apareció en la representación y aunque Rama se sintió nuevamente feliz le pidió a los dioses, otra vez, sí otra vez, el testimonio de la reputación de Sita. En ese momento, ella que era hija del surco, fue tragada por la tierra. No fue Sita quien escribió su vida en el Ramayama sino el ermita Valmiki. Como tampoco fue Penélope quien narró la odisea de Ulises. Pero ahí está ella. Amada. Bella. Deseada. Ahí está su historia de amor, de espera, de soledad. Y aquí estoy yo. La tarde sobre el agua. La felicidad de poder disfrutar y hacer uso de la palabra escrita. La palabra self que es el anhelo más profundo. Las lágrimas de algunas noches en que también lloré por pasar las pruebas que me exigían. Y el amor. El amor que siempre a través de los siglos permanece.