martes, marzo 24, 2009

Las palabras libres de Margarita Porete

Es el día 11 de abril de 1309. París se ha convertido en la ciudad más grande y poblada de occidente. Después de doce siglos los herederos de San Pedro imponen su palabra como La palabra. La inquisición representa la máxima autoridad en esas tierras. En la Iglesia de San Matutino, sede de los trabajos administrativos de la Sorbona, veintiún teólogos varones examinan las proposiciones de un libro de cuyo autor desconocen. Solo mucho tiempo después sabrán que su autora es una mujer. Margarita ha nacido en Hainaut y es una beguina. Sin pertenecer a una congregación, vive en comunidad con otras mujeres. Aunque no acepta la mediación sacerdotal, se siente consagrada a la divinidad. Reza y trabaja pero no encerrada en un monasterio. Margarita es un alma libre. Y en la soledad de su casa y de su cuerpo, no en latín, sino en su lengua materna, ha escrito un libro que llama al escándalo. Para ella el alma libre no tiene necesidad de apoyarse en las virtudes. Las virtudes le obedecen al menor signo. El alma libre tampoco tiene por qué ocuparse de los dones de Dios, porque precisamente está totalmente inmersa en él. Sumergida en su amor puede y debe conceder a la naturaleza todo lo que a esta le apetezca y desee. No debe existir ni la represión ni los remordimientos. Los expertos del prestigioso centro universitario leen con detenimiento y concluyen que el libro debe ser destruido. Es declarada relapsa. Es decir: reincidente en su herejía. Ya hacía unos años, el obispo de Cambrai sentenció la pública cremación del texto. Margarita ha sido invitada a arrepentirse, pero ella prefiere la profundidad deliciosa de su silencio. Entonces el primer lunes de junio de 1310, la plaza de Gréve, frente al hotel De Ville, se llena de gente. Por encima de las cabezas, el humo enrarece el aire. Arde ya con ganas la hoguera. Y Margarita está ahí, callada y con su rostro sereno. Inmersa e inmensa en su interioridad. Abrasándose a sí misma. A la espera de la nada. Siendo de Dios y en Dios, la inmensidad no la salva sino que muere a través de su muerte. Se necesita mucho fuego para que su cuerpo inicie el concierto luminoso de compañeras muertas. Muchos chisporroteos horribles. Como los de vidrios raspando ojos. Pero ahí están los leños. Ahí están quienes avivan las llamas. Quienes descarnados sienten placer al ver morir a una mujer que ha osado sentir diferente. Al fin sus huesos caen por el suelo y en el mundo hay un espíritu libre menos. Bajo el baldaquín rojo, el dominico Guillermo de París, se reconforta viendo el amasijo de restos y cenizas. Para el inquisidor general de la santa madre iglesia, la tarea ha concluido. Ha muerto, como su dios manda, una inmoral y una hereje. Margarita ha perdido su vida. En cambio su palabra desciende a los recintos del tiempo y asegura su inmortalidad. Anónimo o bajo seudónimo el texto logra conservarse. En 1327 el rey de Inglaterra se casa con Felipa, nacida al igual que Margarita, en Hainaut. De esta manera una de las copias llega a la corte de Eduardo III. Deberán desde entonces pasar más de seiscientos años para que otra mujer haga revivir el nombre de Margarita Porete. Recién en 1946, Romana Guarneri, en la biblioteca apostólica del vaticano, vincula el texto del Espejo de las almas simples con el de la beguina muerta en la hoguera. Hoy aquí parece como si multitudes de chispas se acercaran a la ventana que tengo a mi espalda. Mientras, las palabras de Margarita ríen y juegan sobre mi laguna.

+la imagen es de Patricia Boero de su cuadro "El espejo es incendio, Marguerite (La Porete)"