viernes, abril 17, 2009

Anne Finch y su universo de mónadas


El invierno de 1667 en Inglaterra fue extremadamente duro. El insoportable dolor de cabeza de Anne Finch se hizo sentir más que nunca. Afanados físicos, mentalistas, curanderos la han visitado. También, como ella es descendiente de una de las más ilustres familias y vizcondesa de Conway, médicos de la corte. Pero nadie pudo aliviar su sufrimiento. Ella se desnuda a gritos de todo lo sentido y de aquello que no puede. Quiere dormir y su mundo es una horrible campana resonando, una ola que golpea su cabeza, una cadena que cierra la puerta de casa y arrastra toda la noche y todos los miedos. Puede solamente estar en silencio. Pensar en lo leído y aborrecer a aquellos que separan el alma del cuerpo. Ninguno de los textos que le ha acercado su hermano John pueden explicarle si hay diferencia entre uno y otro, ¿por qué el alma no se aparta cuando el cuerpo sufre? Cuando Anne apaga las luces, no hay escisión. Toda ella es dolor. Sufrimiento. Pesadumbre. Empieza y no se detiene. Así pasa horas. Días tristes. Aunque también hay mañanas preciosas en que el ruido cesa por un tiempo. Entonces el dolor tiene un valor trasmutativo. Un efecto beneficioso. Y ahí es cuando puede escribir sus “Principios de la más antigua y moderna filosofía” donde nada es inerte y la naturaleza no es una máquina sino una entidad con fuerza vital. Para ella toda criatura fabrica su propia imagen. Los cuerpos son la manifestación densificada de la actividad de los espíritus. El mundo es una construcción energética unitaria. Sin división entre cuerpos y almas. Cada uno es un uno entero. Ella con ella. Dueña de su infortunio. Toda con su dolor. Con tanto malestar, Anne no teme ser audaz ni oponerse a Descartes. Ni a Espinoza. Ni a Hobbes. Aguanta desde ahí. Espera desde ahí. Trata de entender desde ahí. Siente desde ahí. Escribe desde ahí. Pero ocurre a menudo que ciertas mujeres no son reconocidas en su época. Y todavía más: son ignoradas o desacreditadas por los historiadores. El tratado de Anne fue editado en forma póstuma en 1690, aunque su nombre no apareció impreso. Van Helmont, su médico, amigo y alquimista, quién también guardó su cuerpo inerte en un cofre doble de cristal, publicó sus escritos sin mencionarla. Así y todo, Leibniz leerá sus notas y tomará de ellas el concepto de sus célebres mónadas; sin puertas y sin ventanas.

* para conocer más de la vida de Anne se puede acceder al libro La filosofía de Lady Anne Conway un proto-Leibniz de Bernardino Orio de Miguel, Universitat Politècnica de València - 2004