jueves, mayo 21, 2009

Jezabel: sacerdotisa de Baal y Ashera


Jezabel era Fenicia. Hija del rey Ethal de Sidón. Varios meses le llevó el viaje desde su tierra a Israel. Allí fue su boda con el rey judío Acab, en cumplimiento de tratados de amistad entre los dos reinos. El matrimonio unió dos pueblos enfrentados. Jezabel no profesaba el culto al dios judío Jehová. Sino a Baal y a su mujer Ashera, diosa del amor y la fertilidad. Desde la época de Salomón, era costumbre que las esposas provenientes de alianzas con reinos amigos pudieran conservar sus creencias. Para dar contento a esa mujer que ama Acab hizo construir un templo con marfil en las cercanías de Samaria. En el palacio se celebraban fiestas y banquetes. Las sacerdotisas de la diosa no saben de culpas del cielo sino de placeres de la tierra. Tienen tiempo para estudiar. Para embellecerse. Para ser amantes fervorosas. Saben que el sexo puede producir algo más que hijos. Pero en Israel el culto a dios padre era celebración obligatoria, mientras que las fiestas a la diosa madre provocan sospecha y castigo. Las mujeres pueden hacer despertar deseos de libertad y rebelión. Javhé llama a la culpa, al decoro, al silencio. Dueña de sí misma, con carácter, en tiempos de muerte y sangre y en defensa de sus dioses, parece ser que Jezabel ordenó asesinar a sacerdotes judíos. Acción que el profeta Elías devolvió para con 850 sacerdotes del culto fenicio. Tiempo después los hombres escritores y editores de la Biblia, eliminaron del texto sagrado a la Diosa Madre y a sus sacerdotisas. Elías se convirtió en el gran profeta del dios patriarcal de Israel. Y Jezabel pasó a ser la mujer más malvada, más perversa y sanguinaria.
* Anillo perteneciente a Jezabel, encontrado cerca de Samaria

domingo, mayo 03, 2009

Freud, su pene y nuestras tetas


Cuando occidente empezó a estudiar “científicamente” la sexualidad constató que el sexo femenino no tiene falo. Freud fue categórico: “la mujer se encuentra desfavorecida con respecto al hombre. La mujer es un varón castrado”. Entonces todos nos arrodillados hacia su majestad el pene. El pito. El pitulín. Pitito alabado y ensalzado que estás entre las piernas de los hombres. Nosotras, que no te tenemos, te glorificamos. Pero aquí también pasa que no nos sentimos infelices. Ni rebajadas. Ni disminuidas. Santificadas sean nuestras tetas. Bendito sea el cuenco oscuro de nuestro útero. Benditas la vida que duerme en nuestros ovarios. Bendito nuestro clítoris y nuestra sangre roja de cada mes. Que la noche nos cubra con una manta de pétalos. Que desatemos tantos juicios equivocados. Que suenen nuevamente el amor y las diferencias.