sábado, noviembre 20, 2004

El gran encriptador

De los numerosos textos enigmáticos que recorren el mundo, ninguno ha generado tanto desconcierto como este manuscrito. Nadie ha podido descifrar su código. Nadie sabe de su propósito. Su contenido sigue siendo un enigma.

En la actualidad, sólo se tiene certeza de su tamaño.
Las tapas de pergamino están separadas debido al uso. Su escritura corresponde a una traza prácticamente sin tachaduras. Tiene abreviaturas latinas y numeración arábiga. Códigos o claves que se repiten. Los comentarios en alemán y nombres de meses en la sección astronómica, seguramente, se añadieron años después de su creación. Por las anotaciones de las páginas, se calcula que se han extraviado, al menos, 28.

Parecía muy sencillo reconocer los dibujos de las plantas desde el punto de vista botánico, y servirse luego de sus nombres para descifrar el texto. Pero la mayor parte de las especies no pudieron ser reconocidas. Y aunque sí se han identificado algunos de los diagramas de las constelaciones, los astrónomos afirman que un torbellino de galaxias trazadas son imaginarias.
También se confirmó la existencia de dos grandes bloques de escrituras diferenciados. Sin embargo, nadie puede corroborar si lo trazaron un par de hombres con estilos diferentes que se fusionaron en una sola obra.

En relación a su historia dicen que el Duque de Nothumberland saqueó muchos monasterios durante el reinado de Enrique VIII. En una oportunidad encontró el pergamino en una pequeña abadía del condado de Essex, a orillas del río Colne. Su prólogo indicaba que había sido copiado del original por el principal precientífico medieval: Róger Bacon.

Se cree que el Duque recordó los conocimientos de otro hombre de ciencia y fue generoso con él. Hablamos de Mr. Dee. Un protegido de la reina Isabel a la cual le redactaba confusos horóscopos. Creador de la idea de un meridiano básico: el de Greenwich. Dueño de un famoso espejo de antracita negro y una bola de cristal pulido que aún se conservan en el British Museum. Fueron su inclinación al ocultismo y su afecto a coleccionar papeles cifrados, lo que le hicieron acreedor del papiro.

Hay quienes afirman que Dee, a su vez, obsequió el escrito a Rodolfo II. Y están aquellos que sostienen que éste lo compró por 600 ducados. Lo cierto es que a este emperador le interesaban la botánica y la astronomía. Su afición al esoterismo y al ocultismo hicieron que su mansión de Praga se convirtiera en el centro de reunión no sólo de astrónomos y científicos, sino también de famosos alquimistas. Entre ellos, Johannes de Tepenecz, quién firmó su nombre en un margen del texto.

Fue así que el libro habría formado parte de la biblioteca del Sacro Emperador Romano hasta su muerte en 1612. De su existencia no se supo nada más hasta el 19 de Agosto de 1666, cuando lo recibe para su estudio Athanasius Kircher.
Este jesuita era un experto en idiomas orientales. Un reputado descifrador de jeroglíficos. Tanto, que fue el primero en traducir el texto de La Tabla Esmeralda del árabe al latín. Sin embargo, no pudo interpretar el manuscrito. Fracasado en su intento, depositó el libro en una biblioteca de su orden en Mondragone, Italia. El mundo volvió a saber de él, recién en 1912, cuando un librero llamado Wilfred Voynich, lo compró y lo llevó a Estados Unidos.

¿Pero quién fue aquel capaz de inventar un libro aún indescifrable? ¿Y qué persiguió con el trabajo arduo de sus días?
Lo que a partir de aquí sigue, es una larga serie de intentos vanos por descifrar los criptogramas.

Muchos alentaron desde un principio, la versión que le otorgaba a Roger Bacon, no solo el prólogo, sino la totalidad de la obra. El monje franciscano había combinado sus estudios de filosofía, matemáticas y física experimental con la alquimia. Dado que sobre él recayó la prohibición de publicar ciertos textos, podría haber trasladado sus conocimientos a un código cifrado. Su conocimiento profundo de las lenguas y las matemáticas lo hacía posible.

Basándose en esta suposición, Adolph Cyrus Roidingercht, en 1915, sostuvo que uno de sus antepasados había sido amigo del científico medieval. De éste, habría recibido una guía de traducción. Su versión, digna de poco crédito, afirmó que el libro hablaba de una civilización desaparecida, cuyos integrantes no medían más de un metro de altura que dominaban la fuerza de gravedad. Estos seres poseían máquinas que les permitían horadar la roca y construir grandes ciudades subterráneas. La intercomunicación con el resto del planeta se realizaba debajo de la Tierra. Inclusive, nombra una máquina llamada "Nilotrona".

En 1919 llegaron unas fotocopias a manos del decano de la Universidad de Pensilvania. William Romaine Newbold era especialista en lingüística y en criptografía. Fue felicitado por Franklin Roosevelt por haber descifrado una correspondencia entre espías que ni siquiera la oficina de Washington consiguió descifrar. Según sus observaciones, el texto daba cuenta de que la nebulosa de Andrómeda era una galaxia como la nuestra. El misterio se resolvía obteniendo los anagramas del texto de Bacon.

La construcción de estas transposiciones es un pasatiempo antiguo. Las primeras se le atribuyen al griego Licofrón, poeta y gramático de Alejandría. Sus adeptos han crecido a lo largo del tiempo. Mi propia abuela invertía las horas en combinar su nombre. En las largas tardes de invierno, me recitaba sus anagramas como si fueran una antigua letanía: agitar mar, garita mar, garra mita, girar mata, grama rita, grama tira, grama tría, grata mira, grata rima, grima rata, grima tara, magra tira, magra tría, marga tira, marga tría, migar rata, migar tara. Por comparación, para Newbold, el autor era sólo un gran anagramador.

Lamentablemente, estas suposiciones no resultaron definitivas. A los pocos años muchos notaron que el procedimiento no generaba el menor adelanto. John Manly, en 1931, sostuvo que a partir de cualquier línea se pueden obtener diversos anagramas, cada uno con un significado distinto. Por ejemplo el saludo del ángel a la Virgen María en la Anunciación, expresado en latín (Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum), constituyó desde antiguo una fuente de devotos en juegos con anagramas. A pesar de contener únicamente 31 letras, la frase permitió obtener, 3.100 inversiones en prosa y un poema acróstico, 1.500 versos pentámetros y hexámetros, y una vida de la Virgen compuesta en 27 anagramas. Lo erróneo en nuestro caso, es que la cantidad innumerable de combinaciones posibles, violaría una regla de oro. Aquella que dice para descifrar el contenido de un texto, sólo puede admitirse una solución para cada pasaje.

Luego no existió ningún progreso durante casi 60 años, hasta que alguien advirtió un hallazgo sorprendente. Robert Brumbaugh era su nombre. El descubrimiento fue que en un margen aparecían cálculos garabateados. Un diagrama con 26 símbolos también se distinguía al costado del texto. Sin embargo, no se encontró correspondencia alguna. Fue así que algunos afirmaron que el texto era una estafa del alquimista Dee para engañar a Rodolfo II y obtener su dinero. El manuscrito era solo un bien tramado artificio con una mera intencionalidad económica. Su autor: el creador de una mentira minuciosamente planeada. Un tramposo. Un estafador.

Hubo quien pudo generar un texto con igual apariencia a través de diagramar cuarenta filas y treinta y nueve columnas. Luego, pacientemente, superpuso un cartón con cuatro ventanas a la cuadrícula. Así se formaron palabras que resultan de unir las sílabas que quedan visibles a medida que se mueve la plantilla agujereada. El método ya se conocía como “la Grilla de Cardano”. El matemático italiano la había desarrollado 1550.
En este caso, la combinación de las letras sería puramente aleatoria. Su sentido estaría violado. Una página típica del manuscrito contiene entre 10 a 40 renglones, cada una compuesta por 8 o 12 palabras. La tabla propuesta, sería suficiente como para producir una página completa con una sola tarjeta ranurada. La primera columna contendría los prefijos, la segunda las partes centrales y la tercera los sufijos de las palabras. Las siguientes repetirían el mismo patrón. Sin embargo, esta demostración del informático de Keele, sólo comprobó que no es tan complejo generar algo que parezca un lenguaje con algún tipo de regularidad. Su contenido seguía velado.

También existió un equipo de investigadores que demostró que sus palabras y frases se repetían más a menudo que las de un lenguaje corriente. En este caso los ordenadores fueron imprescindibles. El hallazgo era insólito, puesto que los sistemas de cifrado hacen lo contrario. Fue así que muchos sostuvieron que el libro era obra de un herborista. Y sus repeticiones sólo fórmulas químicas, como en los modernos libros de texto de medicina.

Los más escépticos, que siempre los hay, afirmaron que las letras y los dibujos eran la creación de un alquimista demente. La sucesión de signos producto de su locura. Sus excentricidades plasmadas en un pergamino sin valor alguno. Pero esta vez fueron expertos psicólogos quienes demostraron que este texto es mucho más complejo que cualquier discurso de pacientes con daños cerebrales o desórdenes mentales.

En la actualidad, existe un proyecto denominado EVMT (European Voynich Manuscript Transcription). Con él se pretende recoger y agrupar todo lo que hasta ahora se sabe acerca del libro. Como no podría ser de otra manera, se diseñará una página web donde habrá una trascripción completa del texto en formato electrónico. Los científicos podrán realizar análisis numéricos. Se examinará estadísticamente sus combinaciones. El diseño de un software automatizará los procesos.

Lo cierto es que, después de casi siete siglos, el contenido y el propósito del papiro siguen siendo un enigma. Su original descansa ahora en la universidad de Yale. En la galería de Libros Extraños. Su número de catálogo: el MS 408.

Yo, que no soy más que una mujer, no dejo de deslumbrarme ante sus más de cuatrocientos dibujos en rojo sangre, azul, amarillo, marrón y verde brillante. Y me fascino con sus caracteres extraordinariamente fluidos y en negro.

Por eso pienso que sus diagramas de la constelación de Aldebarán y su nebulosa de Andrómeda, acaso no merezcan la continua atención de los expertos que pueblan las universidades ni ameriten el desvelo de los servicios de inteligencia del mundo.

Quién sabe si las figuras femeninas y los cientos de plantas no identificadas, no fueron sino el fruto de enormes alucinaciones que quebraban su rutina.

Tal vez la vida de aquel hombre fuera taciturna, sombría, agobiada a veces. El propósito del texto mínimo: entretener las noches dibujando signos zodiacales, desnudos, herbolarios, galaxias inventadas y letras.

A lo mejor con esta obra sólo desbarató el aburrimiento de sus horas. Y si alguien le hubiera podido preguntar de su propósito, tampoco él hubiera tenido una respuesta.

Quizás el autor únicamente quiso traspasar a la realidad, sus sueños recordados con una minuciosidad inaudita. Cada noche percibía los criptogramas con mayor claridad. Limitándose de día, con infatigable esmero, a garabatear en tinta algunas de esas disposiciones imaginarias.

Posiblemente alguna tarde, comprendió con amargura que nada podía esperar de aquellas páginas. Entonces apesadumbrado, se le ocurrió destruirlo. Pero en otras más animosas creyó, como tantos después, que en su papiro se reproducía el idioma aún desconocido que explicaba los grandes secretos. Los hechos que aún debieran ocurrir. Las palabras para dominar las cosas.

Desde la antigüedad los sueños están cargados de inexplicables misterios. Muchos consideran que a través de ellos es el propio creador del mundo quien se comunica y encripta los mensajes.

Creyendo en esto, por fortuna, olvidó la posibilidad de su destrucción y buscó también las maneras de comprenderlo. No sería extraño entonces, que a él mismo pertenezca el segundo bloque de escritura. El código encontrado en los márgenes no sería otra cosa que un intento vano por descifrar sus propias palabras.

Tal vez este hombre fuera sólo uno más. Otro igual a los múltiples descifradores que intentan conocer el enigma.

lunes, noviembre 01, 2004

Márgenes en blanco

Ojalá fuésemos en una noche
boca arriba
y cerráramos los ojos fracturando las imágenes.

Seducir constantemente a nuestros cuerpos.
Buscar arrimando los deseos
Ganas de tenerte, aquí, conmigo.

Imaginemos que de repente
tuviésemos el poder de desnombrar las cosas,
que aplazáramos las luchas ancestrales por imponer sentidos,

Silenciar las palabras hasta
recuperar la piel dormida.

Ojalá fuésemos en una noche cualquiera
abismos de preguntas
... y tuviéramos las márgenes en blanco
para rozarnos en las sombras.