Los que la critican hablan de su mundo fácil, despreocupado y superfluo, mientras su país late bajo la revolución roja. Para no desmentirlo ella se pinta con largos guantes amarillos, en un famoso Bugatti verde. Y en las fotos aparece con pulseras anchas, fumando cigarrillos en boquillas de ébano. Tamara abandona Rusia y vive en Francia, Italia y Estados Unidos retratando a aristócratas, condes y reyes que añoran el esplendor de la nobleza. Pero sobre todo pinta innumerables mujeres con cuerpos que derrochan vitalidad en una técnica perfecta. Arte por el arte. Y también por dinero. Entonces un cambio. Para conocer su sombra, se recluye en un convento en Suiza. Solo allí comienzan a aparecer campesinos, viejos con mandolinas, mujeres con niños, vírgenes y una madre superiora con tristísimos ojos azules.
domingo, abril 18, 2010
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