domingo, agosto 02, 2009

Ende y la gran meretriz de Babilonia


Dentro de poco todo estará oscuro y ya no se podrá seguir pintando en el monasterio mixto de Tábara. Hace unas horas que Ende junto a Emeterio han terminado de ilustrar los “comentarios del Apocalipsis de San Juan” del monje llamado Beato. Sentada, con un gesto fatigado; ella se lleva las manos a la cara para acomodar su velo. Después de haber leído con decente veneración la historia de los profetas e ilustrar este libro por años, Ende ha comprendido, al menos dos cosas. La primera mínima, la segunda irreverente: sus manos son capaces de crear y dios tiene también rostro de mujer. Por eso cuando Emeterio le propone dejar su nombre junto al suyo en la última página, ella no duda en tomar su pluma y sobre la piel de oveja escribirlo agregando: pintora y sierva de Dios. Desde hace tiempo, en el silencio de conventos y abadías, numerosas monjas se han dedicado al trabajo de copiar libros y salterios. Sin embargo a ninguna se le ha ocurrido firmar las obras. Y si lo pensaron, no se lo permitieron. Con la posibilidad que se le ofrece, el mundo que viene podrá saber que las mujeres han sido desde siempre artistas. Otra cosa es que las hayan negado. Dar a conocer su segunda revelación es más difícil. Tendrán que pasar centenares de años para que alguien se de cuenta que ella no ha dibujado a la gran Meretriz de Babilonia arriba de la bestia de siete cabezas sino al lado del árbol de la sabiduría. Con alegría, después de tantas imágenes de hombres que fueron considerados santos, yo pude ver a la diosa con su copón rojo en lo alto. En la catedral de Girona se encuentra este códice pintado en el primer milenio. El ejemplar es considerado una obra maestra en todo manual de historia del arte. El más antiguo en donde aparece como autora, el nombre de una mujer.

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