miércoles, octubre 13, 2004

Noche de tallarines con pesto

Esa sensación de que todo es tá es pe ran do ser. De que la realidad es inmensa y se multiplica incalculablemente. Todo desplomándose en el aire pero hacia arriba. De lo bajo a lo alto. De lo alto a lo infinito. Mi nombre dicho mil veces por su silencio culposo. La silueta de aquel que desconozco. La silueta que a veces diviso a lo lejos. Aquí, aunque yéndome. Siendo en las tangentes de este y de todos los tiempos. La noche fue hoy de tallarines con pesto. Albaca, aceite de olivo, grana padano, pecorino romano, sal, anacardo y ajo en polvo. Vasos que sabían a ajeno. No necesitaba cerrar los ojos para no estar. Ellos paseaban por Lima y yo caminaba por mi avenida 7 jefes. Me sentaba espalda detrás del Brigadier López en su caballo negro mirando al sur empobrecido. Enfrente de la laguna inmensa. Barrio Las Flores con casas de hormigón todas igual. Mirá esa, la ropa tendida en colores degradé, haciendo juego los manteles con las camisas: todos desteñidos. Siempre, siempre en tango olvidado. En clave de “tu lugar está exactamente en ninguna parte”. Ni más lejos. Ni más cerca. Escogés cualquier dirección de cualquier página de cualquier guía telefónica de cualquier ciudad de cualquier país del mundo. Contás diez kilómetros en perpendicular girás a la redonda caminás por esa calle vieja te tomás un bondi que te deje en la esquina cruzás la plaza le decís al remisero que a mitad de cuadra das media vuelta a la izquierda y de nuevo empezás. Ayer le volví a escribir porque un día me dijo que sería bueno escuchar todos los sonidos de este mundo. Todo lo que ha vibrado hasta ahora. Las canciones, las palabras, las risas y los lloros, los tiros, los halagos, los insultos, las notas en el viento. Él fue quien me enseñó que todo sigue estando en el aire. No es que haya algo que deja de sonar. Sino que cada vez se divide por dos hasta que nuestros oídos son incapaces de escucharlos. Pero siguen estando ahí. A veces creemos que los sonidos están hirviendo con los tallarines. O entran en tu cuerpo cuando bebes el café con un chorrito de leche descremada dos de azúcar bien caliente en el jarro grande con manguito para no quemarse la cuchara en oblicuo y el dedo índice sosteniéndola así no toca la boca. A veces creemos que los sonidos no sucederán nunca. Por incapacidad propia, por insolvencia ajena y porque la felicidad últimamente nos es un poco esquiva. Y creo hacemos bien. Porque todoestáesperandoser. Pero también es probable que siendo ya no tengan los colores con que los quisimos escuchar. No pensar absolutamente nada. O sentirlo completamente todo. Que no es lo mismo pero se come igual. Como las tostadas. A veces con salsa de pesto. Y a veces con dulce de leche.

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