lunes, octubre 18, 2004

Semana en Cuenca

Ajos arrieros, truchas en escabeches, vieras gratinadas, revueltos trigueros, endibias al roquefort, coctail de mariscos, chipirones, sepia al ojo, cuajadas con miel, natillas. Éramos sólo tres becarios sobre algo más de cincuenta participantes del congreso (un doctor en arte valenciano y una escultora mexicana, además de mí). Y esas fueron algunas de las comidas que tuvimos en un hotel a una cuadra de la universidad Internacional Menéndez Pelayo. Dormimos en lo que en un tiempo fueron las habitaciones de un ex convento de Carmelitas descalzas. Y todo recordaba al pasado porque las conferencias también eran en la antigua capilla.
Llegué el domingo en plena fiesta de San Miguel. Así que la ciudad estaba volcada a la calle y la principal atracción eran unas vacas que sueltan en la plaza mayor. Aunque estuve bastante tiempo mirando y apretujándome con ellos no comprendí esta diversión de los españoles que lo único que logran es correr de aquí para allá para no lastimarse con un pobre animal aturdido por los gritos y cegado por los pañuelos rojos. Los bidones de sangría se encontraban en todas las esquinas, casi todo el mundo llevaba colgado del cuello su “bota” de vino y cada “peña” se apropiaba de una calle haciendo casi imposible subir las cuestas. En muchas de sus camisetas se podía leer la consigna: “enemigos del agua”, para que se den una idea del espíritu que las animaba.
Algunas de las charlas del curso fueron un poco monótonas, sobre todo porque las ponencias eran leídas y eso hacía difícil seguir los conceptos. Hubo quien teorizó sesenta minutos sobre la “impostura de la palabra” sobre la base de la obra de Thomas Mann: confesiones del estafador Féliz Krull. Una sicóloga. Como no podía ser menos: argentina.
Hubo quien disertó sobre el “bilboquet” que Marcel Duchamp regaló a su amigo Max Bergman a principios de siglo. Juego que no es otro que aquellas bolas perforadas que se tratan de ensartar a un palo y que nosotros conocemos como “valeros”. A veces admiro esa audacia de escribir veinte o treinta páginas acerca de un pasatiempo tan simple e instintivo como este. Hace falta para ello relacionarlo con cosas tan abstractas como “la relación inconclusa entre la posesión del hombre y un objeto”, “el deseo sexual en la alegoría hueco/aro/mujer, puesto en movimiento para ser cazado y penetrado por el puntero/palo/hombre” o “la fascinación humana por la cabeza escindida”. Y animarse a decir de un simple regalo con una aún más simple dedicatoria tallada (“Bilboquet/souvenir de Paris/ A mon ami M. Bergmann/Duchamp printemps 1910”), que constituye “un espacio simbólico denominado arte que veiculiza sentidos latentes mostrando un mecanismo intelectivo”.
Fueron varios los artistas que expusieron sus obras. Estuvo Basilio Martín Patino, un cineasta documentalista salmantino que proyectó dos de sus películas. “Madrid”, un homenaje a la ciudad que nunca llegó a proyectarse en una sala comercial, y el caso de “Casas viejas”, una sublevación anarquista en el sur pobre español, en los años de la República.
Mireia Sentís, una escritora de El País y fotógrafa, también mostró en diapositivas sus obras que por ejemplo registraban una colección de joyas sobre cuerpos desnudos.
Pero Antoni Muntadas, un artista catalán, fue la estrella del seminario ya que se lo considera uno de los máximos exponentes del “media art”. Expresión ésta por la cual se conoce a la producción de piezas para el consumo masivo. Es decir: videos, programas de televisión, intervenciones en las ciudades, proyectos de internet en dónde se recogen “spots” de publicidad política, títulos de finalización de programas o montajes cuya atención varía entre crucifijos o comentarios metafóricos sobre la evolución de las ciudades.
También varios jóvenes mostraron sus “performances”. Y allí pudimos “disfrutar” ¿? de alguien que se encerraba más de diez minutos en una carpa de plástico transparente con el objetivo de que los demás lo agredieran con humo y pinturas, como denuncia de la inhospitabilidad de este planeta, o de otro personaje que se subía a una bicicleta que cuánto más pedaleaba más descarga eléctrica provocaba en su manubrio. No pude más que pensar que era un homenaje al automasoquismo. Cómo bien dice el refrán: sobre gustos no hay nada escrito.
Una de las mañanas fuimos caminando para comer en una gruta. Y ahí sí fue interesante el comentario de un geólogo que bien nos recordó el movimiento permanente de la tierra a más de 120 km por hora, aunque casi nunca reparemos en ello. Además opinó que las famosas y bellas “casas voladas” de Cuenca tienen sus horas contadas ya que seguramente se caerán en alrededor de 1.000 años.
Pero por supuesto, las fotografié, como una más de los miles de turistas que viajan a verlas. Y aún sabiendo que entonces serán varias las generaciones que todavía podrán disfrutar de ellas. Porque debo reconocer que el acto que intenta expresar el “por aquí pasé yo” siempre es provocador.

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