miércoles, octubre 13, 2004

Un hilo del mapa

Del centro al infinito. Y de todos los colores. Siguen las fiestas de San Juan y hubo fuegos artificiales a las orillas del Tormes, en el puente Romano. Hubiese querido guardarte uno y mandártelo en un sobre azul pero todavía no han aprendido a quedarse quietos en el aire y yo no puedo alcanzarlos. En la noche también había un mapa colgado y de un punto cualquiera yo saqué un hilo y lo fui desplegando despacio sobre la pared hasta llegar a la puerta. Justo cuando atravezó el ombligo de Carlo giré sin darme cuenta y todos los países cambiaron de lugar. Encontré a la Antártida cerquita de Venezuela. Y cuando vi que Madagascar nadaba en el Pacífico, el petróleo de Irak tan recelosamente custodiado aparecía incontenible por la Fontana di Trevi y el reloj astronómico de la torre del Ayuntamiento de Praga daba la hora en Nueva York; supe que algo andaba realmente mal. Aproveché la ocasión para hacer una reparación histórica y le devolví el mar a Bolivia, coloqué una bandera argentina en las islas Malvinas y una española en el Peñón de Gibraltar. Con tanto enriedo de autopistas, montañas, chabolas, bosques y lagunas; todos estaban tan preocupados en enderezar las cordilleras que me imaginé que esta vez nadie protestaría. Te sentí lejos y temí que hubiesen cambiado también las mareas. Entonces sí que todos estaríamos complicados, no tanto porque ya no serían como hasta hora: cada 12 horas y 25 minutos, que es el la mitad del tiempo que demora la luna en regresar a su lugar. Sino porque la misma tierra se vería frenada y las noches durarían cada vez menos y serían cada vez más cortas. ¿En qué cielo oscuro aprenderían entonces a quedarse quietos los fuegos de San Juan?

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